Yo no soy un blackstar, yo soy David Bowie
Por Cristián Londoño Proaño
Fue sólo un click. Un leve click en un video de youtube. Y empezó a sonar en mi computador «Blackstar», el último legado musical del actor, compositor, cantante y productor británico David Bowie. Esta súper estrella del rock murió el 10 de enero del 2016, víctima de cáncer. Fue uno de los músicos británicos que inscribieron su nombre con mayúsculas en la historia del rock. Pero traspasó las fronteras de la música, contribuyendo en la ciencia ficción. En sus obras musicales, Bowie entendió que la ciencia ficción no solo era literatura, cine y televisión. Desde su primer álbum musical «The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars», explora la ciencia ficción musical. Pero más allá de la larga y brillante discografía de Bowie, quiero comentar sobre su último trabajo «Blackstar».
Primero establezcamos que el video clip de Blackstar es cortometraje. Segundo, la canción y el video son piezas de ciencia ficción. Y tercero, hay que tomar en cuenta que el cortometraje fue el resultado del trabajo colaborativo entre David Bowie y el director Johan Renck. Las ideas salieron de las conversaciones entre ambos y de los dibujos que el propio Bowie enviaba al director. Cada una de las imágenes que se pusieron en la pieza fueron imaginadas por Bowie y Renck. Ninguno de los dos tuvieron intenciones de colocar sublíneas o subtextos. Lo que la hace fascinante, porque como toda obra de arte tiene una «alma» que esta subyacente en su propia naturaleza y trasciende la voluntad de sus creadores.
Blackstar arranca con una imagen de un astronauta botado en la superficie de un planeta desconocido. En el cielo acontece un eclipse solar. De repente una mujer que tiene cola va donde el astronauta, le alza el casco y advertimos la primera sorpresa: una calavera negra que está adornada con diamantes. Mientras Bowie nos canta, en un tono desgarrado, frases como: «En la villa Ormen, en la villa de Ormen está parada una vela solitaria… En el centro de todo esto». En las primeras imágenes nos enuncia que la historia sucede en otro planeta, que tiene otras reglas diferentes a las que conocemos. Luego, la muchacha lleva la calavera a Ormen y en la villa le rinden culto. Posiblemente, un regalo de blackstar.
¿Qué es blackstar? Bowie lo canta en una de las estrofas del coro: «Yo soy un blackstar… Yo no soy una estrella de cine… Yo soy un blackstar… Yo no soy una estrella del pop… Yo soy un blackstar… Yo no soy una estrella Marvel». En las siguientes estrofas nos cuenta que un blackstar es una estrella estrella, es una no-estrella blanca, tal vez es una estrella negra. En Ormen le rinden culto. La manera de adorarlo es retorcerse y temblar. El culto del blackstrar tiene su propio libro de la estrella negra. Al final del cortometraje, los habitantes de Ormen organizan una ejecución para honrar el nombre de su dios, colocando a tres personas en palos como si fueran espantapájaros humanos. Lo pertubador del cortometraje es que la canción es cantada por el propio blackstar que no sabe su naturaleza, no entiende porque existe, solo sabe que «nació al revés», sabe que no es un dios de barro como una estrella de pop, de rock o de las películas, no es un superhéroe, es un maldito blackstar.
En el cortometraje se manifiesta el sin sentido de la propia existencia de un dios. Un dios que no sabe su naturaleza, solo conoce que le rinden cultos y homenajes. Cuestión caótica en sí. Bowie plantea una paradoja teológica. Un dios que no se conoce a sí mismo. No conoce su propia historia, su principio. Esto lo hace un tema infinito, porque Blackstar tendrá un dios, que posiblemente no conocerá su naturaleza y así sucesivamente. Una imposibilidad de conocer el origen. Como toda buena ciencia ficción, Blackstar plantea una cuestión más profunda que lo que esta en la superficie. Son dudas teológicas y filosóficas. Quizás la dudas del propio Bowie, acercándose a la culminación de su existencia.
En Blackstar hay el juego y el poder de la palabra. Blackstar es una palabra que nace en la invención del propio ser y expande su significado, que se carga a lo largo de la pieza audiovisual hasta convertirse en sinónimo de un dios desconcertado de su naturaleza.
El alma de la que está hecho «Blackstar» de Bowie, es la exploración del origen del propio ser, el arraigo a un dios. Esto es lo interesante en toda obra artística, que se carga de sentido. A pesar de que el propio Bowie nunca tuvo intención de nada ni le encontraba sentido. Así lo testimonió el director Johan Renck. El periodista Justin Joffe de la web «Noise» entrevistó a Johan Renck, director del video. El director contó que: «…cuando hablamos del día en que saliera este video, le planteé la posibilidad de que íbamos a tener que dar entrevistas y cosas así y le dije: «Ten muy claro que no estoy haciendo esto para bañarme en tu gloria. No me importa eso, yo lo estoy haciendo para apoyar tu música». Él respondió: «Yo sé que tú no vas a hacer eso. Lo único que me parece importante es no hacer segundas interpretaciones o analizar lo que las imágenes significan, porque eso queda entre tú y yo. La gente se irá de bruces tratando de descifrarlas y encontrarles sentido y no tiene caso siquiera intentar engancharse en eso».
«Blackstar», la canción y el cortometraje -último regalo de Bowie- es una joya musical y visual. Una obra que admite más lecturas y cargas semióticas. Un Bowie monumental que se despidió como mejor sabía hacerlo: cantando en clave de ciencia ficción.
(Colaboración especial para el blog de Ciencia Ficción del Ecuador: cienciaficcionecuador )